Ayer cayó en mis manos un ejemplar de Cristal ahumado (Gabriel Insausti, 2006), un libro de haikus con una apacible portada azul celeste. Lo leí de un tirón, aunque eso es fácil: los haikus son poemitas de dicesite sílabas y el libro tiene 64 páginas. El autor (finalista del Nacional de Poesía y ganador de numerosos premios) es profesor de mi antigua universidad y ahora lo recuerdo por los pasillos de la biblioteca. También recuerdo que me precedió en un ciclo de cine de un colegio mayor de San Sebastián. Él habló sobre una película de John Ford, no sé si fue Qué verde era mi valle o El hombre tranquilo. Al día siguiente yo llevé El apartamento, de Wilder (la presentación de la película se la fusilé a Nahum, experto en metaficción, Basilio Martín Patino y narrativa audiovisual). Leer haikus es algo distinto a todo lo demás (era mi primera vez): tiene el enigma de la adivinanza, el lirismo de un poema, la profundidad de cualquier género mayor de la literatura, la lección de un apotegma, la chispa de una ocurrencia y la brevedad de un verso. Una veta.
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A medianoche
crecen brazos de sombra
bajo tu cama.