martes, 11 de diciembre de 2007

Desde la ventanilla del avión

La casa donde vivo reposa entre el mar y la tierra, en frontera rocosa. La inestabilidad del terreno y el constante trasiego de las olas han agrietado las paredes. Por eso, en el silencio de la noche, si el ruido del mar no lo impide, se escucha el crujir de las tejas del techo y las baldosas del suelo. Con el tiempo uno se acostumbra, deja de pensar en intrusos y escucha esa orquesta invisible que le hunde en el sueño.

Esta foto me ha llegado hoy, pero se hizo el 11 de septiembre de 2007, en el vuelo de ida Alicante-Leeds. Fui con José, un colega –y sin embargo amigo– del departamento, que me prestó la cámara. La ilusión de ver mi casa desde el avión, el recuerdo de La Isla a mediodía de Julio Cortázar y la simbólica fecha son motivos más que suficientes para publicarla.

Yo creía en la poética de los aviones porque creía en la del viaje. Pero me equivocaba. No hay poética en nada: ni en el viaje, ni en la montaña, ni en la derrota, ni en el dolor. La poética no está en nada, porque está en todo.