miércoles, 7 de julio de 2010

En la carretera: Austin (Texas)

Arbustos, la autopista a cincuenta metros, un parking casi vacío, un edificio largo y bajo, la moqueta gris, el olor rancio del pasillo, la recepción en penumbra, nadie en el mostrador. Todo encajaba en el concepto de motel de carretera. Hasta que toqué la campanilla. ¡Ding! Esmeralda, la recepcionista mexicana, apareció sonriendo con un montón de sábanas bajo el brazo.

Mi llegada a la tierra de los Bush había ido francamente mal. El control del aeropuerto, el taxista, que parecía el hermano gamberro de B. B. King, y finalmente, la situación del hotel. Esmeralda me contó que al reservarlo por Internet lo habría confundido con el de la misma cadena en el centro de la ciudad. Era tarde, decidí pasar la noche allí.



Sentado en la cama recreé esa escena de No es país para viejos. Perdí unos segundos con la película hasta que me entró hambre. A esas horas, según la mexicana, mi única opción se encontraba a quince minutos en un centro comercial. Me tendió diez dólares para comprarle unos tacos. Pero, tras ver el camino junto a la autopista bajo la noche cerrada, decidí calmar el hambre durmiendo. Al día siguiente cambié de hotel.

La capital del estado de Texas es un pequeño reducto progresista en la zona: un progresismo del sur de los Estados Unidos, claro. Goza de una gran riqueza étnica y cultural por su cercanía con Mexico y sus ciudadanos se enorgullecen de su talento musical. Esa segunda noche lo comprobé en Elephant Room, un local de jazz enterrado en un sótano. Allí descubrí la rica cerveza Fireman’s 4, tan famosa como la Batalla de El Álamo, mientras escuchaba a Beto and the Fairlanes. Uno de los trompetistas, al poco de arrancar, lanzó una bolsa llena de tapones a la rubia de la primera fila. El jazz fusionado de Beto era como el ambiente de Austin: sureño, latino y multicultural.

El congreso trató sobre periodismo en Internet y me ayudó a ponerme al día desde la perspectiva de Estados Unidos. Me llevé unos cuantos contactos para futuros proyectos. Entre ellos, conocí a uno de los editores del New York Times, al que luego visité en la redacción de Manhattan. De los más de cien participantes, sólo estábamos tres españoles. Compartí conversación con viejos conocidos y disfrutamos del buen tiempo de Austin. Recorrí la ciudad, me asomé al Capitolio de Texas y cerré el congreso con un grupete en The Hole in the Wall, otra pieza de museo entre los bares americanos.