jueves, 28 de junio de 2007

Lost In Conversation

–¿Has visto lo de los Kaczynski?
–Una cláusula de moralidad que les exime de algunos compromisos ante los tribunales de la Unión Europea en temas como la homosexualidad o el derecho a la vida del feto.
–¡Qué jeta! Yo no los dejaría comer del pastel.
–¿Por qué no?
–Porque no pueden beneficiarse del resto si no cumplen los mínimos que la mayoría de ese acuerdo territorial exige, especialmente cuando se refiere a cuestiones que afectan a los derechos humanos.
–¡Derechos humanos! Entonces, les dejamos firmar el tratado, pero con condiciones. O sea, hacemos injerencia de guante blanco.
–Nada de injerencia. Si quieren Europa, tienen que comulgar con nuestra visión de las cosas, con los derechos humanos que están aceptados aquí.
-Claro, sería como llevarse bien con Irán, Venezuela o Cuba, países donde no respetan algunos derechos humanos.
–Más o menos.
–Por cierto, ¿el aborto es un derecho humano?
–¿Qué? No podemos permitir que jueguen en nuestra liga y no respeten las reglas. Si no, que vayan a segunda división, con los países tercermundistas.
–O a segunda B, con los países donde hay fundamentalismo islámico.
– A la hoguera con ellos, por conservadores rancios.
–No hay derecho.
–Claro, imagina un país donde algunas regiones tienen el privilegio de añadir diferentes cláusulas que les eximen de los deberes y de las leyes vigentes en ese estado. ¡Sería muy injusto!
–Ah, ¿pero eso no ocurre en España?
–No, aquí hay soberanía nacional que reside en todos los españoles.
–¿Un murciano puede decidir que en Cataluña los colegios públicos ofrezcan las mismas clases en castellano que en catalán?
–No, tanto como eso no. Pero, al menos, un catalán que se sienta abusado tiene la posibilidad de acudir a un tribunal de apelación en Madrid, que le ampare ante los posibles atropellos de la autoridad local.
–¿Seguro?
–Sí, segurísimo.
–Cambiando de tema, ¿has visto la bronca que se ha liado en el Europride a cuenta del pregón?
–¿Qué ha pasado?
Marta Sánchez lo iba a leer en inglés y la abuchearon.
–Claro, es que aquí en Chueca se habla en cristiano, joder.

martes, 26 de junio de 2007

Después de ver a Nelson



Nelson es un tipo que echa a suertes su destino. Lo sortea literalmente. Su reto al azar se concentra en un gesto concreto, el movimiento del dedo, y además se atreve a cantarlo. Puede parecer que un modelo así queda lejos de todos aquellos que toman las riendas de su vida y deciden su camino sin pestañear. Pero no es así.

Recuerdo las conversaciones y correos que gastaron dos amigos para reconciliarse con su libertad. Películas, libros y canciones servían de excusa fácil para poner en solfa las decisiones que habían tomado en su vida. ¿Por qué estudiar letras mixtas en el instituto? ¿Por qué elegir esa carrera? ¿Por qué trabajar en esa ciudad tan angustiosa? ¿Por qué dejar de hacerlo? ¿Será esta la mujer? ¿Qué partido ver cuando se están jugando la liga (foto)? ¿Hipoteca a tipo fijo o a tipo variable? ¿Dónde tirar la basura? ¿Reciclar o no (foto)?

Hay una edad, parece que entre los 24 y los 30, en la que se pierde el rumbo o, al menos, el sentido del rumbo tomado y vienen las preguntas: ¿Por qué he llegado hasta aquí? ¿Cómo ha sido? ¿Es esto lo que quiero para el resto de mi vida? Es esa época en la que se acude mucho a Paul Auster o a Borges y se gastan los deuvedés tipo Crash de Paul Haggis, la trilogía de González Iñárritu o Magnolia de Paul Thomas Anderson. Uno puede preguntarse entonces si realmente ha tomado las riendas de su vida y sabe qué camino lleva. Otros en cambio creen que esa pregunta no tiene sentido y que la belleza se encuentra a la vuelta de la esquina. Se han dado muchos casos de volantazos sintomáticos. Cualquiera podría contar uno.

Parece que lo propio de elegir una calle es elegir la adecuada, aunque para Nelson lo propio de elegir pueda ser el acto de elegir en sí mismo. Los animales tienen el instinto. Nosotros, la libertad y algo más, allá cada cual.

martes, 19 de junio de 2007

Nelson en la encrucijada



Un hombre de color con hechura y cara de blanco está parado con un carrito de la compra en plena calle Trapería, junto a la plaza Santo Domingo. Como una escultura en un cruce de calles abierto a las cuatro orientaciones. Viste vaqueros azules y una camisa blanca arrugada. Gira mecánicamente la cabeza de izquierda a derecha, al centro, y otra vez a la izquierda. Lo tengo frente a mí, a veinte pasos y durante todo el trayecto no dejo de mirar cómo mueve el dedo índice de la mano derecha, que acompaña los movimientos del cuello. Izquierda, derecha, centro, otra vez izquierda. Parece que piensa: “pito pito gorgorito dónde vas tu tan bonito”. Me fijo en el carro del supermercado, un complemento ajeno al lugar que sólo suelen vestir los vagabundos en ese entorno de la ciudad: un par de bolsas de harina, dos o tres paquetes, botellas de agua y algo más. Paso por delante de él y entro en la calle que queda a su derecha. Él sigue echando a suertes su destino. Su camino. A mi espalda oigo el ruido metálico inconfundible, miro hacia atrás y le veo en marcha. En ese momento vuelvo a pensar en él. No parece un pobre hombre, pero el carrito y su contenido son sintomáticos. ¿Qué estaba jugándose con ese movimiento del dedo índice? ¿Es la verdadera encarnación del hombre abandonado al azar?

El ruido del carrito se aleja y parece que se ha desviado por un callejón sin destino claro. De repente, absurdo, sí, me doy la vuelta y corro tras él. Tres fotos de móvil, pero estaba ya lejos. Desde hoy le llamaré Nelson y espero que el azar vuelva a ponernos en la misma encrucijada. Aunque yo solo fuera a la farmacia por pastillas para la caída del pelo.
Fotos: la primera, una alternativa perdida para Nelson. En la segunda, se le ve de espaldas, en pleno centro de la calle, a lo lejos. Un hombre le sigue.

martes, 12 de junio de 2007

Mostrar las vergüenzas

Hace tiempo añadí la etiqueta antiheroísmos al blog. Lo hice para contar esas numerosas batallitas torpes que le ocurren a uno. En esto creo que soy como todos los demás: escondo el error, disimulo el fracaso y evito la vergüenza. Sin embargo, hay torpezas de gran tamaño que uno no esconde. Además, esos momentos suelen compartirse con algún amigo que los vivió como actor secundario. Si el amigo sabe echarle la salsa adecuada, ese pequeño guirigay engorda con el tiempo y con cada reunión. Traigo una peculiar clasificación de las meteduras de pata según la intensidad de la vergüenza que siente uno al revivirlas: las cotidianas anónimas, las macabras y las que te estremecen cada vez que las recuerdas.

Las torpezas cotidianas anónimas son múltiples y, en ocasiones, de consumo propio. No saltan la frontera de la conciencia personal y apenas son perceptibles por los demás. Sin embargo, el pensamiento de que alguien pueda observar produce un profundo desasosiego. Pienso, por ejemplo, en la devolución de saludos que no van para uno; en la cremallera abierta; en los dos minutos que se emplean en arrancar el coche después de calarlo en plena calle; en las zancadillas que nos pone la estructura de la ciudad. Les solemos dar más énfasis del que en realidad tienen.

Las macabras son aquellas pifias personales que involucran a otras personas. Lo de macabras es porque apuntan al pecho con mirilla telescópica: amor, trabajo, familia. Conversaciones con viejos amigos, antiguos colegas de trabajo o simples conocidos. Los simples conocidos son caldo de cultivo para deslucimientos y múltiples quebraderos de cabeza. ¿Cómo actuar con esas personas que te presentaron una vez y apenas conoces? Hay temporadas en que uno resbala a cada paso por la calle: “¿Qué tal tu novia?”; “¿Cómo le fue a tu padre en la operación?”; “¿Va bien el trabajo en el despacho?”; “¡Recuerdos a Cristina!” El error suele venir en forma de interrogante y trae una condena en la respuesta: “No sé, hace tiempo que no la veo”; “Le enterramos el año pasado”; “Estoy buscando algo ahora, vamos, que me han despedido”; “No se llamaba Cristina, era Marta”. Lo peor es cuando uno llama a la novia del amigo con el nombre de la ex.

Las que estremecen tienen que ver con uno mismo y no son llamativas. Son esas cartas de amor desesperadas sin devolución; mensajes encendidos y alterados que nunca debieron salir del teléfono o del correo; o esas repentinas e inoportunas dosis de orgullo delante del jefe. Pero las que más duelen dentro de esta categoría son esas escenas que uno nunca quiso protagonizar, como esas palabras metidas a cuchillo en enfados familiares o amorosos. Los miles de entrecejos fruncidos y los silencios más crueles. Sí, son esas vergüenzas que muerden en la conciencia como gusanos cada vez que uno las revive. Por eso conviene destapar el tarro con los amigos y la gente de confianza.
Foto de Anita.

martes, 5 de junio de 2007

Gisele y Kaká no se conocen











Gisele Bündchen: "Cuando la Iglesia hizo sus leyes, hace millones de años (sic), la mujer era virgen, el tipo era virgen. Hoy nadie más se casa virgen" (Abc.es).

Kaká confiesa que le costó llegar virgen al matrimonio: “Si hoy nuestra vida es tan bella, creo que es porque hemos sabido esperar”. [¡Y por tu sueldo en el Milán, crack!]

¡Brasil! ¡Cuánta maravilla reunida!

El torneo de Roland Garros


Primera semifinal individual femenina de Roland Garros, María Sharapova (Rusia) contra Ana Ivanovic (Serbia). ¿Con quién vas tú?

lunes, 4 de junio de 2007

Homenaje a Peter


Alberto Montt, dibujante.
[Visto en un blog muy recomendable].

viernes, 1 de junio de 2007

¿Sabes decir De Juana Chaos?

Me cuenta Alfredo que de diez veces que lo oye pronunciar en la calle, con sus amigos o en el trabajo, solo una es correcta. “Juana Chao”. “El Chaos ese”. “Iñaki Chaos”. “De Juanas Chao”. “Manu Chao”. Y no digamos si hay que incluir la preposición de. “La novia De Juana Chaos”. “Si, Juana, la novia de Del Chao”. Claro, el problema se multiplica cuando escuchamos la radio o vemos el informativo. El estilo y la corrección periodística sugieren no repetir el sujeto de la misma forma. Así, escuchamos a Matías decir “Iñaki de Juana”, “José Ignacio”, “el terrorista Chaos” en una misma pieza. La audiencia, que no tiene por qué conocer esto, se lía y luego escupe nombres incorrectos por doquier. Como lo de la corrupción política en Andraxt, que a mi vecino al principio le sonaba a terrorismo químico. “¿Ahí es donde se contagia el carbunco?”. A los periodistas les da por las palabras de moda y cambian a los tres días: la fiebre del pollo, la gripe aviar, gripe aviaria; ántrax o ácido carbunco. Son palabras o clichés periodísticos que triunfan, como la canción del verano: “pocero”, “malaya”, “opá”. A muchos paisanos de mi pueblo les ocurre que no saben decir “ibuprofeno” (Espidifen, Gelocatil, etc.): “imuprofeno”, “ibupofreno”. “Dame el Pofreno ese, coño”, le dicen al farmacéutico. ¿No os ocurre algo de esto con algunas palabras cotidianas? Yo es que soy epiléptico perdido. Perdón, disléxico.