lunes, 25 de agosto de 2008

Verano a los treinta


Los lugares de veraneo son de naturaleza melancólica. Sobre todo si uno vuelve doce años después, cuando la treintena es una realidad inexcusable. Es un momento de certezas... A pesar de ellas al doblar la esquina uno cree que se encontrará con aquel amigo dispuesto a ir al pantano, con aquella banda con la que hacía cabañas en el monte o con aquel grupo de científicos que diseccionaba sapos después de haberlos torturado. Uno lo cree y sabe que no lo tendrá. Ni eso ni el nocturno besoatrevimientoverdad en el césped, ni el mismo sabor a helado de limón ni la misma mirada en aquella niña.

¡Y si es cursi pensarlo, imaginad escribirlo!

Por eso el verano siempre es dulcemente triste. Más aun cuando uno comprueba que ha cambiado y se odia al escucharse diciendo lugares comunes, imprecisiones o vaguedades. Es el momento en que la vida se ajusta a la vida, como dice Belén. Ya no hay arañazos ni apretujones, solamente la certeza de que ese es el tamaño propio y no hay que cincelar nada más de forma brusca.

Siempre nos queda la resistencia, ¿verdad, Ernesto? La resistencia y la esperanza, que es la hermana pequeña de la melancolía. Pero como los abstractos no siempre ayudan, hay personas que te lo ponen más fácil. Personas, como decía María, que son como muros de contención, o personas que te recuerdan sin saberlo las cosas buenas que tiene la vida. María Rosa, que con sólo estar despierta el ingenio y afina las conversaciones. Ana que acompaña las noches y las tardes en la piscina con su alegría y su dulce atención. Su trabajo con niños le ha dado una paciencia de nadadora de mil leguas. ¡A pesar de sus cortes de manga!

El regreso al verano de la infancia también da sorpresas. Aquel niño, Jorge, que con su juego abría una distancia infranqueable es ahora un amigo más fuerte, más listo y más gracioso que uno (fácil), y además sabe bailar a lo Bollywood. O Ana, una nueva amiga que parece que haya estado siempre ahí, y redescubre en uno aquello que había escondido en el sótano y pensaba que nadie valoraría.

PD: En la foto de Ana, un niño budista, al salir del templo de Dag Shang Kagyu en Graus.

Más niños gratis


Sé que no es cuestión de humor, claro, pero al ver el cartel antes de coger la rotonda, desaceleré, saqué la cámara y disparé. Una jugada que puso en peligro al tipo de que había alquilado una furgoneta Demetrio y que venía detrás de mí. Se salvó con una maniobra hábil y yo pude captar la imagen, con la pitada como banda sonora. Y todo por culpa de Ander, que nos envió a la caza y captura del cartel equívoco. ¡Condenemos a los Gary Glitter de la creatividad publicitaria!

lunes, 11 de agosto de 2008

La clásica cotorra


No entres en su campo visual, no muevas un dedo, no respires, porque te atrapará con su red de palabras y no dejará ni que te gires para recoger un hielo de la mesita de al lado. No importa el tema que abras, ella zarandea los chorros de voz ajenos y esgrime su comentario por encima del resto. No respira para ahogarte, no parpadea para cegarte, no ahorra saliva para inundarte con su verborrea. Es intratable en el cara a cara y en el rondo se queda con el balón. Si procuras despegarte lanzará su hilo más allá de tu camino para que resuenen en tu conciencia sus últimos coletazos. La violencia no ayuda, porque sabrá soltarte una palabra que te haga sentir maleducado. A veces ignora conscientemente las indirectas para campar a sus anchas en los corros y las porterías. Si te dejas atrapar rendido por el esfuerzo y tus músculos impotentes se adormecen ante su boca batiente, piensa en el día del Juicio Final.

No hay escapatoria en una cena, en una reunión, en un acto social; aunque no frecuentes los lugares por donde merodea; no te confíes, agazapada en la oscuridad, saltará sobre tu espalda sin darte tiempo a reaccionar. Ni tampoco trates de doblegarla con tus argumentos, además de hablar sin parar, habla subida a su tarima moral y cree saber de todo. Aunque juegues por la banda que dominas, ella te hará el escorpión y pondrá tu historia en su panza peluda para manosearla y destrozarla. No seas desagradable, porque tampoco podrás despegarte. La lija y el aguarrás no quitan su mezcla apelmazada con los años. Ella habla y los demás deben escuchar.

Ríndete.

Es la clásica cotorra.

Y yo la he conocido.

viernes, 8 de agosto de 2008

Peregrino Habib


Habib ha sido el tercer peregrino del Líbano en cinco años. Las ampollas bajo los dedos gordos son su credencial. Hemos recorrido más de cien kilómetros juntos, con Javier, mi sobrino, al lado. En algunos tramos, nuestros bastones sonaban acompasados bajo la lluvia. Es la primera vez que hago el Camino de Santiago, pero he confirmado viejas historias en sólo cinco etapas. La solidaridad del peregrino, el silencio compartido en el camino, la alegría por el albergue, la hospitalidad de los lugareños que perla cada rincón del trayecto. La satisfacción de ver las dos puntas de las torres de la Catedral desde el Monte do Gozo. El abrazo al Apóstol. Miles de pequeños pedazos de grandes vidas: Mónica y su cintura quebrada en Palas de Rei; Nut, cargado de mochilas ajenas; Manuel, el peregrino que vive en el Camino; el padre y su hija con Síndrome de Down; la apacible, sonriente Maribel y su madre lesionada; o el pertinaz Fernando que no quiere abandonar a pesar de la carga.

Habib es musulmán. En los albergues, al caer la noche, apartaba su alfombra junto a la esquina de la litera y rezaba. No había preguntas. Tampoco cuando Javier tenía que pasarme el vaso de vino saltándole a él porque no podía tocarlo. O cuando hablábamos de su fe y sus costumbres, tan cercanas a las nuestras y al mismo tiempo tan lejanas. Compartimos cachimba de tabaco con sabor a manzana. Cerca de Ferreiros discutimos sobre Hezbollá, Israel, Palestina, Líbano, legítimas defensas, terrorismos, la tierra de los padres. Sólo fue un momento. Y además nuestras voces no eran tan fuertes ni tan elocuentes como el sonido de nuestros bastones acompasados bajo la lluvia.

Buen camino, peregrino Habib.