lunes, 28 de enero de 2008

Falta de "amplitud considerable"


Creo que mi sobrina Ana me ha contagiado su inapetencia por la palabra. Ella saluda con una lacónica expresión y si no eres de su agrado (dentro de este selecto grupo entran su papá, su mamá, su hermanita Belén y sus abuelas) esconde la mirada e ignora todos los cariños que le hagas. Ya lo sé, no somos comparables: yo tengo 29 años y un blog y ella sólo cuatro y un dvd de Los Lunnis. Así que no tengo excusa: casi dos meses sin actualizar el blog es una falta grave. Ahora escribo para dar señales de vida y que ningún lector piense que me ha pasado algo malo, ¿dentro del concepto malo encaja trabajar un poco más que antes? He terminado varios libros, entre ellos Memorias de un europeo (El Acantilado), de Stefan Zweig, un enriquecedor acercamiento a la Europa de entreguerras de un verdadero intelectual. Al cine he ido unas dos o tres veces en esta temporada, y me quedo con Caramel, una película libanesa muy bien contada, bella y dura a ratos, como la vida misma. Y el resto ya irá saliendo poco a poco en mi verdadero regreso, porque esto no deja de ser un cobarde simulacro.

[Um. No puedo dejar esta entrada así. La conciencia].

No penséis que mi sobrina Ana es fría, distante o mal educada. Nada de eso. El otro día mi hermana me contó algo que la redime por caradura. Anica paseaba con su padre, mi cuñado Santiago, por una calle cerca de su casa. Unos metros más allá caminaba una de las dependientas del supermercado con un carro repleto de bolsas, quizá los pedidos del barrio. Al parecer, la cajera tenía "las posaderas de una amplitud considerable”, como dijo mi hermana. Cuando mi sobrina Ana se percató de 'ello', se empezó a reír y dijo entre carcajadas: "¡Papá, mira cómo se le mueve el culete!".