No entres en su campo visual, no muevas un dedo, no respires, porque te atrapará con su red de palabras y no dejará ni que te gires para recoger un hielo de la mesita de al lado. No importa el tema que abras, ella zarandea los chorros de voz ajenos y esgrime su comentario por encima del resto. No respira para ahogarte, no parpadea para cegarte, no ahorra saliva para inundarte con su verborrea. Es intratable en el cara a cara y en el rondo se queda con el balón. Si procuras despegarte lanzará su hilo más allá de tu camino para que resuenen en tu conciencia sus últimos coletazos. La violencia no ayuda, porque sabrá soltarte una palabra que te haga sentir maleducado. A veces ignora conscientemente las indirectas para campar a sus anchas en los corros y las porterías. Si te dejas atrapar rendido por el esfuerzo y tus músculos impotentes se adormecen ante su boca batiente, piensa en el día del Juicio Final.
No hay escapatoria en una cena, en una reunión, en un acto social; aunque no frecuentes los lugares por donde merodea; no te confíes, agazapada en la oscuridad, saltará sobre tu espalda sin darte tiempo a reaccionar. Ni tampoco trates de doblegarla con tus argumentos, además de hablar sin parar, habla subida a su tarima moral y cree saber de todo. Aunque juegues por la banda que dominas, ella te hará el escorpión y pondrá tu historia en su panza peluda para manosearla y destrozarla. No seas desagradable, porque tampoco podrás despegarte. La lija y el aguarrás no quitan su mezcla apelmazada con los años. Ella habla y los demás deben escuchar.
Ríndete.
Es la clásica cotorra.
Y yo la he conocido.
No hay escapatoria en una cena, en una reunión, en un acto social; aunque no frecuentes los lugares por donde merodea; no te confíes, agazapada en la oscuridad, saltará sobre tu espalda sin darte tiempo a reaccionar. Ni tampoco trates de doblegarla con tus argumentos, además de hablar sin parar, habla subida a su tarima moral y cree saber de todo. Aunque juegues por la banda que dominas, ella te hará el escorpión y pondrá tu historia en su panza peluda para manosearla y destrozarla. No seas desagradable, porque tampoco podrás despegarte. La lija y el aguarrás no quitan su mezcla apelmazada con los años. Ella habla y los demás deben escuchar.
Ríndete.
Es la clásica cotorra.
Y yo la he conocido.
3 comentarios:
No sé..., no sé... ¿La conozco? ¿O es que todos conocemos una, o uno?. QM
¡Jaja! MUY gráfico, Miguel. Muchísimo.
Genial en lo descriptivo, no lo hubiera hecho mejor, je! Pero permíteme la pregunta, ¿la conozco? Y si no es así avísame cuando merodee para salir corriendo.
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