domingo, 28 de febrero de 2010

17 Cosas que no debes hacer en Manhattan

Mi querencia por el antiheroísmo es conocida. Hacía mucho que no escribía nada en esa línea, pero el viernes pasado un pirata informático destripó mi cuenta de Twitter, envió cientos de mensajes con publicidad sobre Viagra a todos mis contactos y actualizó mi estatus de Facebook revelando algunas hazañas personales gracias a los efectos de dicho medicamento. Ocho horas expuesto a la burla ajena, las ocho de la madrugada en la costa Este de los Estados Unidos, ¡pero las ocho diurnas y con alevosía de España! Bromas aparte, aquí dejo otras dosis de impotencias en Manhattan. No me gusta usar la segunda persona, dirigirme al lector. Pero hoy me salto la regla para ahorrarte algunas meteduras de pata en Nueva York.

1. Pedir comida desconocida y hacerse el interesante
Variedad gastronómica, riqueza étnica, cocina experimental, mil alternativas para las mil ocasiones en que uno suele comer fuera de casa en Nueva York. No te dejes llevar, no te pares en la receta más exótica. Consulta con tus comensales, pregunta al camarero, no adquieras esa pose de interesante, mano en la barbilla. Humildad. No pienses que tu estómago puede con todo. Aparte de los estragos posteriores, importa el momento del día y el tamaño del plato.

2. Decir “quédese con el cambio” y olvidar qué billete diste
Si optas por encargar comida por teléfono, revisa la cartera. Que no te ocurra como a mí, que pensando en las vueltas, le di 20 dólares a un joven tailandés y le dije “quédese con el cambio”, cuando la comida costaba 8. Y, sobre todo, caerás en la cuenta al cabo de una hora, tras embadurnar de orgullo tu conciencia por la gran sonrisa del chaval.

3. Tratar de negociar con el portero de un club
Si los porteros suelen ser poco razonables en España, y en la China Popular, imaginad los de Nueva York. Da igual que seas un invitado, que disfrutes de una zona reservada con tus amigos vips. De repente, te agarran, te zarandean y tratan de echarte sin explicación alguna. Lo mejor, cállate, y confía que alguien te ayude, como hizo Alfredo en mi caso.

4. “Hablar” en inglés en un bar con la música alta
Las sesiones de conversación y práctica en inglés resérvalas para lugares tranquilos. Por ejemplo, visita esta página en la que se intercambia el idioma de forma gratuita. No te engañes: los bares, los pubs o las discotecas no mejoran ni el acento ni la prounciación. Y puede que tu autoestima con el inglés se derrumbe sólo en la fase de “a qué te dedicas”.

5. Cruzar Manhattan sin saber dónde quedan el este y el oeste
Asegúrate de la dirección que tomas cuando salgas del metro. La famosa rejilla que delinea la Gran Manzana es tan útil como tramposa para el novato, especialmente si estás en el bajo Manhattan, donde las referencias de las grandes avenidas desaparecen. Pregunta dónde queda cada uno, no vaya a ser que lo descubras al cabo de media hora y a un palmo de caer al río Hudson. Para mí no fue tanto, pero más de un bloque (cuadra, manzana) inútil sí recorrí.

6. Entrar al metro sin mirar si es Uptown o Downtown
Sencillo evitarlo, hay carteles que lo indican, pero la costumbre te la puede liar. Si has cruzado el torno, descubres tu error y vuelves a salir, debes esperar diez minutos, porque en muchas estaciones no hay pasarela. Y no se te ocurra...

7. Discutir con la dependiente del metro
Porque te recordará que si la máquina dice que no puedes pasar, debes esperar esos diez minutos. No intentes argumentarle que, como ser humano ("like a human being"), debería comprender el despiste y abrirte la puerta. Coda: en los momentos de enfado, tu inglés mejorará sustancialmente. Aun así, agacha la cabeza y camina hasta la próxima parada, la mejor manera de gastar los diez minutos. Andar en Manhattan es un lujo. Dátelo si puedes.

8. Descuidar el paso tras un día nevado
Como en cualquier ciudad fría, tras un día nevado, los charcos invisibles acechan, camuflados entre asfalto y nieve, a la presa ingenua. Asegúrate de caminar con zapatos impermeables y no trates de adelantar a las viejicas, síguelas, son expertas en sortear esas minas acuáticas.

9. Fumar a la salida de un bar como un neoyorquino cualquiera
Si te paras a la salida de un local para fumarte un cigarro puede ser que algún borracho se te acerque y te hable. Si no lo entiendes, no finjas y sonrías, no sigas la corriente, dilo o pide que repitan. Puede ser que la mentira se alargue y que tus respuestas sean sólo sonrisas estúpidas. Hazme caso, o será el cigarro más incómodo de tu vida.

10. Negro no es sinónimo de baloncesto
Si quieres saber cuántos alumnos tienen un blog en una clase de periodismo y quien levanta la mano es el único afroamericano, no le preguntes si su blog es de baloncesto [ay, aun me duele]. Es uno de los estereotipos más brutos en los que he caído en mi vida. Intenté arreglarlo de inmediato y añadí, a la desesperada: “o de literatura, cine o cualquier otro asunto personal”.

11. Comprar cualquier cosa en tiendas en liquidación
Las grandes avenidas de Manhattan, las zonas más turísticas, están plagadas de tiendas de tecnología, bolsos y otros complementos en liquidación desde los años cuarenta. No caigas en la trampa de los letreros en amarillo fosforescente. En mi caso, sólo necesitaba una webcam, pensé que era una tienda de fiar. El aparato no funcionó. Lo devolví, pero no me dieron el dinero y me obligaron a gastarlo en otra cosa. Elegí un encendedor. Por eso, si quieres tecnología fiable, ve a Radioshack o a JyR.

12. Esperar en la cola del metro tu turno
Ni en la cola del metro ni con el taxi, nunca esperes tu turno educadamente. Aquí se pelea hasta por medio centímetro. Una mañana, hasta el tercer tren, no conseguí subirme al vagón. La profesora Rosaly me miró con mala cara.

13. Confiar en que FedEx traiga el paquete cuando estás en casa
No dejes a FedEx la iniciativa, asegúrate de que te envíen el paquete a una hora en la que estés en casa o pídeles que lo dejen en la oficina más cercana, te ahorrarás varios días de ansiedad. Que te lo traigan cuando estás sería como si en la primera ventanilla de un ayuntamiento cualquiera en España el funcionario de turno dijera: "Todo el papeleo está en orden, no necesita ningún formulario más".

14. Dejar que tu memoria se encargue de la dirección
Nunca confíes en que tu memoria recuerde la dirección a la que te diriges, siempre mezclará los números de las calles, con los de las avenidas y los del metro con los de los portales. Demasiadas cifras bailando en la misma línea.

15. Salir de casa con el tiempo justo
Asegúrate de la dirección, revisa en Google Maps el destino, toma nota y contempla que las líneas de autobús y metro no son regulares, sufren variaciones según el día y la hora. Sal con antelación, a los americanos les sienta como un tiro la impuntualidad.

16. Korea, China y Tailandia no son como Segovia, Soria y Burgos
Aunque son amables, y nunca se enojan, sé prudente y no preguntes veinte veces de qué paises son los asiáticos de tu clase de inglés. No les comentes si hablan el mismo idioma. No busques amistades o enemistados entre ellos. Reconoce que no sabes nada de Asia, vete a casa y estudia un poco, a ver si al día siguiente puedes tener una conversación y desempeñar un digno papel. Imagina a un asiático buscando enemistades de la Segunda Guerra Mundial entre un grupo de europeos. Mejor el silencio que tu palabra inculta.

17. Pier 40 no es la casa de Pier en el 40 de Houston Street
Si quedas con los amigos para jugar al fútbol, asegúrate de la dirección. Hace un par de sábados estuve a punto de recorrer durante media hora Houston Street hasta que, por una repentina luz, pensé que Pier 40 podía ser el nombre de un polideportivo en lugar del edificio de uno de los compañeros.

¿Me ayudas a completar la lista?

sábado, 27 de febrero de 2010

Mañana apocalíptica




La nieve parece que se cuela en la sala de estar, y en el periódico, de las diez noticias más vistas, nueve son o parecen apocalípticas.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Noche en Lower East Side

Una camarera que parecía de Samoa me preguntó por la bebida. Isidro me recomendó Red Stripe, una cerveza jamaicana con una pegatina similar al escudo del Rayo Vallecano. Sasha Pepermik tocaba un piano blanco y cantaba Elephants a dos metros de nuestra mesa. Living Room tiene una acústica asombrosa, solo la cortina de la sala apaga el jaleo del resto del local. El bar está en la calle Ludlow Street, una de las más concurridas en la noche del Lower East Side (“Loisaida”).


Ver Ludlow Street en un mapa más grande

Este barrio de origen judío, luego pobre y ahora de mayoría latina se puso de moda en Manhattan hace una década. Los ‘auténticos’ neoyorquinos, como mi profesora de inglés Rosaly, reniegan de esas tendencias. Ella piensa que el verdadero Nueva York circula entre la Quinta Avenida, Central Park y garitos wasp como el Carnegie. Ese elitismo de barrio se contradice con su tan cacareado espíritu demócrata, repleto de constantes soflamas contra los republicanos, la Fox y Sarah Palin. Reminiscencias del perfil del marxista rococó que tan bien dibujó Tom Wolfe.


La voz de Sasha Pepermik recuerda a Leonor Watling, pero no empalaga tanto. Toca con un batería, un guitarra y un bajo todos los jueves en ese local. Entrada gratuita y Red Stripe a seis dólares, un buen precio para la media de los bares de Manhattan. En Ludlow Street comparte protagonismo con Pianos, Libation, Katz’s (el la escena de Harry, Sally y "lo mismo que ella") y otras miniaturas encantadoras. Faltan noches para investigar.

Cuando terminó el concierto, los amigos de Sasha pasaron una cesta para recoger unos dólares. Luego tomaron los correos electrónicos y ahora me llegan próximos eventos y algunas noticias de la cantante. Durante el concierto estuve con Ana e Isidro, Paula, Rita y Mario. No habíamos cenado nada y nos acercamos a Inoteca, un italiano especializado en quesos y vino, en la misma calle. En uno de esos momentos extraños de Nueva York, apareció con su tropa Karlos Arguiñano. Salió a fumar un cigarro y hablamos con él. Había venido con dos hijos (de los siete) y otros amigos a visitar a Mikel Urmeneta, el creador de Kukuxumusu. Nos contó cómo le iba en España como si fuéramos emigrantes de los ochenta, con lo cual todo era más natural. Es un tipo divertido y simpático. Isidro nos retrató gracias al desparpajo de su amiga Ana.


jueves, 11 de febrero de 2010

¿Qué otras cosas sabes de España? “No sé mucho más allá de la Segunda Guerra Mundial”

En el aula había 21 estudiantes. La profesora que me invitó a la sesión, Minna, finlandesa afincada en Nueva York, empezó la clase de modo habitual. Para aquel día habían leído un par de textos: un capítulo de Encuentros con el Otro de Ryszard Kapuscinski [un libro que también usa mi colega y sin embargo amigo, José Luis] y otro de Edward Said sobre el orientalismo. Me sorprendió la metodología docente y que los alumnos trabajaran los textos previamente para compartir sus impresiones.

Para ese momento, ya había perdido los nervios. Los estudiantes, entre dieciocho y veinte años, parecían serios y aplicados. No había comentarios por lo bajo, tonterías o risas en apartes. Todos atentos a Minna, que les interpelaba y moderaba el debate. Su ventaja: clase mínima. Mis colegas españoles saben que eso en Periodismo es complicado.

Llegó mi turno. Les pedí que excusaran mi pobre nivel de inglés, les animé a interrumpirme cuando fuera necesario. Minna les preguntó qué se les ocurría al oír España. Los más lanzados: fútbol, paella y siesta. Hubo risas.

Después les dije que contestaran por escrito las siguientes preguntas: "Who is the president of Spain? What kind of political system does Spain have? What is the capital? A name of a painter, a writer, a sportsman and a celebrity? Have you been in Spain? Anything else about Spain?". Las respuestas pueden leerse al final, hay algunas muy divertidas. La conclusión es que ellos saben de España lo mismo que los españoles, por ejemplo, de Bielorrusia. Su centralismo es tan fuerte que, en general, siendo universitarios y de Nueva York, tienen un conocimiento del exterior pobre. Como un español, creo yo, que mira a los países ajenos a su órbita por encima del hombro. Mal asunto: de ahí que el texto de Kapu sea muy recomendable, por cierto.

La sesión duró unos tres cuartos de hora. Trató sobre la relación entre los presidentes de Estados Unidos y España durante la última década, desde el prisma de los medios de comunicación españoles. Les hablé del monopolio de la imagen en la construcción del discurso mediático y de la opinión pública. Los ejemplos de las portadas y las fotografías les advertían sobre el peligro de la polarización política, el estereotipo y el prejuicio en el análisis mediático.

Me había llevado una chuleta por si me quedaba en blanco. Pero el problema era el inglés. Me daba la impresión de que me entendían, pero mi acento chirriaba. Me atasqué con algunas palabras, que les consulté con gestos: “ceja”, “desfile”, “valiente”.

Con las fotos me di cuenta que muy pocos sabían quiénes eran Chirac, Sarkozy, Schroeder, Aznar, Zapatero. Les sorprendió mucho que la CIA hubiera usado la foto de Llamazares para el retrato robot de un terrorista. La sesión fue distendida, y se cerró con algunas preguntas.

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Preguntas:

¿Quién es el presidente de España? Zapatero (8); Zapato (1); no sabe (11).
¿Qué tipo de sistema político tiene España? Democracia (8); Monarquía Constitucional (3); Capitalismo (1); República democrática (1); República (3); Socialista (1); Parlamento democrático (2); No lo sabe (2)
¿Cuál es la capital? Madrid (16); Barcelona (2); no sabe (3).
Pintor: Picasso (8); Goya (3); Dalí (2); Frida Khalo (2); Miguel Ángel (1); No lo sabe (5).
Escritor: Cervantes (3); García Marquez (1); Roberto Bolaño (1); Ray Loriga (1); Pablo Neruda (1); Lorca (1); Don Quijote (1); no sabe (12)
Deportista: Raphael Nadal (3); Ricky Rubio (1); Ronaldo (2); Fernando Torres (1); Rodríguez (¿) (1); Ferdinand (1); Pau Gasol (2); Marc Gasol (2); Ronaldhino (1); Messi (1); no sabe (6).
Famosos: Penélope Cruz (3); Javer Bardem (1), Almodóvar (1), no sabe (16).
¿Has estado alguna vez? No (15); Sí (6).
¿Qué otras cosas sabes de España? “No sé mucho más allá de la Segunda Guerra Mundial”, contestó uno; “Sólo sé del ataque terrorista en Madrid”, otro; “Rey Juan Carlos”; “Los encierros”; “Fútbol”; “Vicky Cristina Barcelona”; No sé nada más (10).

miércoles, 10 de febrero de 2010

Bajo la nieve

Día nevado en Nueva York.

martes, 9 de febrero de 2010

"Hi everyone, I'm Miguel"

Hoy a las 2 hora local, mi primera clase en inglés. Miedo.

sábado, 6 de febrero de 2010

¡Carne!


Muchos amigos me escriben estos días y me dicen que quieren vida, que me deje de paseos literarios, gente que camina como cangrejos y demás zarandajas pseduointelectuales. Correos electrónicos cargados de reclamaciones: “Entre tú y yo, ¿qué tal?”. Puedo sentir el codeo en mis riñones y ver el guiño. “Dime, dime”, demandan sin remangarse. Quieren chapotear en el lodo conmigo. Ay, les comprendo.

Marchando una de carne. La trilogía de la carne picada.

J. G. Melon, Prime Burger y Burger Joint, mi pequeño podio de hamburguesas en Manhattan. No tienen nada que ver con cualquiera de las que uno había probado antes. Uno se topa con la lechuga, mientras descubre una rodaja de pepinillo antes de saborear un pedacito de ternera picada recubierta de queso fundido, mientras el ketchup y la mostaza se ocupan de las papilas gustativas más abandonadas del día. Un famoso episodio de la serie Cómo conocí a vuestra madre narra las desventuras de uno de los amigos por recuperar el sabor de aquella hamburguesa que un día le hizo mirar todas las demás con desprecio. A mí me pasará igual.

En Euskadi uno degusta el chuletón, en Valencia la paella de marisco, en Cabo Palos el arroz a banda caldero (gracias, Pablo, por ejemplo, en El Kati) y en Murcia unos michirones. En Manhattan, esta es su especialidad. Un respeto. Sin rubor, sin complejos, adelante con ella. Y si luego uno necesita un par de sesiones de bootcamp, la fiebre de la temporada, adelante.


Ver Nueva York, NY en un mapa más grande

En el corner de mi bloque, J. G. Melon se abarrota todos los fines de semana. Prohibidas las tarjetas, la máquina registradora podría lucirse en un museo de antigüedades de los cuarenta. Menú: Bacon Cheeseburger con patatas fritas y una Budweisser en la barra (propina incluida): 16$. Como siempre, con take away.

“Burger is a Burger is a Burger...Ours is Prime”. Con este lema, Prime Burguer prepara las hamburguesas más populares del centro de Manhattan desde los años cincuenta. Galardonada, contada en el cine y criticada en los periódicos locales, sólo el aspecto de la hamburguesería merece la pena: la barra con taburete fijo al suelo donde los ejecutivos apuran su lunch. A sus espaldas, una galería de asientos con bandeja plegable, como si el cliente fuera un bebé ansioso por su potito. Umm, carne deliciosa, si es roja y sangra, mejor. Ternera de primera.

El hotel Le Parker Meridien del medio Manhattam, un par de calles al sur de Central Park, guarda un secreto. Sólo los neoyorquinos lo conocen. Gaby, abogada y gallega, cinco años en Nueva York, me descubrió Joint Burger, un cuchitril al que se accede por un pasillo oscuro, más allá de la recepción del hotel. Sentados en un taburete de madera, degustamos una hamburguesa completa con una coca cola por unos 10$, propina incluida, antes de ver Invictus.

¿Satisfechos con la carne? Seguro que no tanto como yo.