Me cuenta mi padre que le invitaron a comer a un Club Marítimo del mar Menor. Nunca se ha sentido cómodo en ese tipo de lugares, no es que los desprecie, los odie o se burle de ellos. Simplemente no le gustan. En casa somos casi todos de su escuela. Aunque no nos ha faltado de nada, el pampaneo de algunos de esos clubes elitistas nos incomoda.
Antes de subir al restaurante, se dio un paseo por el embarcadero, mi madre cogida a él. A unos metros reconoció a un viejo compañero de la conserjería de Industria. Un administrativo ordinario, que trabajaba en un departamento distinto. Estaba subido a un barco, trasteando en la cubierta. Mi padre se acercó para que el funcionario le reconociera y le dijo, directamente, con mi madre a su lado:
–¡Bonito el barco!
No se sabe qué trampa le puso el subconsciente al tipo, quizá la necesidad de reafirmarse en su posesión, cuando le contestó:
–¡Mío! ¿De quién va a ser?
Mi madre, que por lista y mujer, luce como nadie la inmunidad de los mayores, le soltó, con una sonrisa:
–¡Si te ha dicho que qué bonito es el barco!
Antes de subir al restaurante, se dio un paseo por el embarcadero, mi madre cogida a él. A unos metros reconoció a un viejo compañero de la conserjería de Industria. Un administrativo ordinario, que trabajaba en un departamento distinto. Estaba subido a un barco, trasteando en la cubierta. Mi padre se acercó para que el funcionario le reconociera y le dijo, directamente, con mi madre a su lado:
–¡Bonito el barco!
No se sabe qué trampa le puso el subconsciente al tipo, quizá la necesidad de reafirmarse en su posesión, cuando le contestó:
–¡Mío! ¿De quién va a ser?
Mi madre, que por lista y mujer, luce como nadie la inmunidad de los mayores, le soltó, con una sonrisa:
–¡Si te ha dicho que qué bonito es el barco!
No hay comentarios:
Publicar un comentario