martes, 16 de octubre de 2007

La calva asesina


Los sustos acomplejan. Amariconan, o sea, hacen perder el carácter varonil. Sin acritud alguna. Si uno vive solo en casa sabe a lo que me refiero. Acompañados por una mujer es fácil hacerse el machote. Sus gritos anulan ese incipiente respingo tipo amago de parada cardiaca. Entonces es fácil mirarle picaronamente y decir: “Tranquila, tranquila, fue el viento”. Y se suben esos escalones invisibles de la autoestima.

En soledad no hay camuflaje ni escudo moral. El respingo afeminado le joroba a uno la conciencia durante un par de minutos. Es posible tranquilizarse con unas palabras musitadas hacia dentro: “No ha sido nada, la humedad que pellizca las paredes y pega calambrazos”. Pero si una noche cualquiera persisten los chasquidos en las baldosas de la casa llueven inmediatos esos pensamientos: “Alguien pasea por el pasillo sigilosamente, ¿aguantarán las sábanas la puñalada feroz del metal reluciente en la oscuridad?”. Después, cuando la razón analiza, se encuentra uno con que el susto no ha sido nada. Un par de cacharros de la cocina mal colocados, un montón de ropa desordenada sobre una silla, el albornoz en su percha tras la puerta, la sombra antropomórfica de la lámpara o un simple trampantojo.

La otra noche apareció un tipo frente a mí en el cajero del banco. Por cómo reaccioné podía haber sido un ladrón asesino especializado en cajeros. De golpe, dentro del habitáculo protegido, junto a la puerta. Allí estaba, mirándome. Me monté una novela tipo Stephen King en menos de medio segundo. Sí, hubo susto amariconado: un amago de respiración brusca, un movimiento de cuello protector y el reojo imposible buscando el origen del miedo.

Y sólo era un simple cartón publicitario de Antonio Lobato a escala real.

11 comentarios:

Ander Izagirre dijo...

¿Dices que SÓLO era Antonio Lobato? ¿No te da miedo un tipo que grita eufórico "¡¡El coche de Raikkonen está ardiendo!!" y cosas así?

mòmo dijo...

Nosotras, en cambio, nos relajamos en compañía y damos un respingo, un grito (o gritito, esto depende de la personalidad), un salto, un arañazo, ante cualquier ruido extraño. En soledad, ¿para qué? ¿Quién te va a tranquilizar? Si oyes un ruido aguzas el oído, intentas descifrar su origen. Primero, quieta, después, si no lo has descubierto, caminando hacia él. El final es el mismo que en tu caso, unos cacharros que caen, una ventana que cruje... pero sin susto amariconado ni grito afeminado.

Nahum dijo...

¡Qué decepción!

Y yo que pensaba que el susto era haberte visto a ti mismo en el espejo, tras un momento de locura en el estilista...

Walter Kung Fu dijo...

Me vas a perdonar Sintomático, pero llegué a pensar que podías ser tú el de la foto. Disculpa, pero últimamente estoy muy sensible a los parecidos.

Álvaro dijo...

Digo yo que te cambiarías de muda al llegar a casa, ¿no?

La próxima vez le dices a una vecina que te acompañe. Así sacar el valiente que llevas dentro.

jeje

J. dijo...

¿Te parece poco Lobato? Lo que me admira es que no te tiemle el pulso al contarlo. Digo como Ander: es un sadiquillo con cara de buena gente.

Anónimo dijo...

Migueeel, ahora que ya ha terminado la temporada de F1 y que Lobato no nos dará más sustos hasta marzo... ¡¡publica nueva entrada, anda!!

Miguel Carvajal dijo...

Sí, Marta, tienes razón. Estoy ardiendo a un clavo. Desde que ha comenzado el curso, con las clases y demás, no paro.

Cuando esto se tranquilice, espero volver a contaros cosas a todos los del barrio.

Al menos me queda tiempo para seguir vuestras andanzas.

Sincopado dijo...

Qué historia tan buena, sintomático. A mí me pasa muchas veces: porque soy muy despistado y porque no veo bien. De repente descubro figuras extrañas, que en realidad no son nada. Siempre que los recuerdo se me escapa la sonrisilla.

Álvaro dijo...

Bueno, pues vuelve en cuanto puedas...

Nahum dijo...

Snif, sniff. ¡Tus fans te echamos de menos!

No hay derecho.