Agosto. Un domingo por la tarde buscando un sitio para cenar. Delante de mí caminan Pepico, que no paraba de hacer bromas adolescentes, y Alfredo, que le mira con cara indulgente. Suena el móvil, apuro el cigarro y atiendo la llamada. Es un amigo, con el que no hablaba desde hacía un mes, más o menos. Me cuenta la historia de chico conoce chica por internet. Su historia. En tiempo real, sí. Una historia que terminaba con la llamada de la madre y la chica apuñalada. En cualquier caso, una historia contada con un tono que precisamente no pedía una reprimenda tipo qué coño has hecho enviando ese dinero allí. Sin embargo, tras una media hora seguida de oído y boca abierta, titubeo y suelto, como un pequeño soplido, la palabra timo. Esto lo digo después de muchas otras preguntas, y pongo cara de dolor al soltarlo.
No, no. ¿Por qué iba a llamarme la madre?, dice. ¿Por qué iba a enviarme ella los billetes?
Porque es un timo bien pensado, porque lo han hecho profesionales.
No. Ella era auténtica. Borró su perfil de la página web en la que nos conocimos, al mes, para demostrarme que le interesaba de verdad, que no estaba jugando.
La conversación se alarga en esos términos. Antes de colgar, le doy ánimos y le digo que cuando quiera volvemos a hablar. Él no podía compartir con nadie más esta aventura, porque seguía viviendo con su novia y había engañado a su padre con el tema del alquiler. Antes de despedirse, me dice que le enviará un ramo de flores. Está dolido, claramente no quiere pensar en timos, sería una mezquindad estando ella en el hospital. Por un momento me hace sentir bastante mal. Cuelgo.
Después de esos cuarenta minutos, Alfredo y Pepico me quieren matar. No saben si quiero entrar al restaurante asiático o al italiano, y me han esperado.
¡Haber elegido vosotros!
No, no. ¿Por qué iba a llamarme la madre?, dice. ¿Por qué iba a enviarme ella los billetes?
Porque es un timo bien pensado, porque lo han hecho profesionales.
No. Ella era auténtica. Borró su perfil de la página web en la que nos conocimos, al mes, para demostrarme que le interesaba de verdad, que no estaba jugando.
La conversación se alarga en esos términos. Antes de colgar, le doy ánimos y le digo que cuando quiera volvemos a hablar. Él no podía compartir con nadie más esta aventura, porque seguía viviendo con su novia y había engañado a su padre con el tema del alquiler. Antes de despedirse, me dice que le enviará un ramo de flores. Está dolido, claramente no quiere pensar en timos, sería una mezquindad estando ella en el hospital. Por un momento me hace sentir bastante mal. Cuelgo.
Después de esos cuarenta minutos, Alfredo y Pepico me quieren matar. No saben si quiero entrar al restaurante asiático o al italiano, y me han esperado.
¡Haber elegido vosotros!
5 comentarios:
Muy, muy grande. La mentira ilusoria... mártir.
¡Qué materia prima, Carverjal!
Eresfea dio en el blanco...
Vale, y... ¿¿dónde cenasteis??
Yo que pensaba que para el "3" ya sabríamos final... y nada, en ascuas nos tienes. A ver si eras tú el malpensado o tu colega el timado y la apuñalada... una lindeza cualquiera.
Sin dudarlo... ¡Al italiano! La duda del restaurante daría para una auténtica subtrama. Mi suerte es que, al haberme enganchado antes, puedo pasar capítulos con mas rapidez. Pues nada, voy a seguir con la cuarta parte. QM
Publicar un comentario