Hace tiempo añadí la etiqueta antiheroísmos al blog. Lo hice para contar esas numerosas batallitas torpes que le ocurren a uno. En esto creo que soy como todos los demás: escondo el error, disimulo el fracaso y evito la vergüenza. Sin embargo, hay torpezas de gran tamaño que uno no esconde. Además, esos momentos suelen compartirse con algún amigo que los vivió como actor secundario. Si el amigo sabe echarle la salsa adecuada, ese pequeño guirigay engorda con el tiempo y con cada reunión. Traigo una peculiar clasificación de las meteduras de pata según la intensidad de la vergüenza que siente uno al revivirlas: las cotidianas anónimas, las macabras y las que te estremecen cada vez que las recuerdas.
Las torpezas cotidianas anónimas son múltiples y, en ocasiones, de consumo propio. No saltan la frontera de la conciencia personal y apenas son perceptibles por los demás. Sin embargo, el pensamiento de que alguien pueda observar produce un profundo desasosiego. Pienso, por ejemplo, en la devolución de saludos que no van para uno; en la cremallera abierta; en los dos minutos que se emplean en arrancar el coche después de calarlo en plena calle; en las zancadillas que nos pone la estructura de la ciudad. Les solemos dar más énfasis del que en realidad tienen.
Las macabras son aquellas pifias personales que involucran a otras personas. Lo de macabras es porque apuntan al pecho con mirilla telescópica: amor, trabajo, familia. Conversaciones con viejos amigos, antiguos colegas de trabajo o simples conocidos. Los simples conocidos son caldo de cultivo para deslucimientos y múltiples quebraderos de cabeza. ¿Cómo actuar con esas personas que te presentaron una vez y apenas conoces? Hay temporadas en que uno resbala a cada paso por la calle: “¿Qué tal tu novia?”; “¿Cómo le fue a tu padre en la operación?”; “¿Va bien el trabajo en el despacho?”; “¡Recuerdos a Cristina!” El error suele venir en forma de interrogante y trae una condena en la respuesta: “No sé, hace tiempo que no la veo”; “Le enterramos el año pasado”; “Estoy buscando algo ahora, vamos, que me han despedido”; “No se llamaba Cristina, era Marta”. Lo peor es cuando uno llama a la novia del amigo con el nombre de la ex.
Las que estremecen tienen que ver con uno mismo y no son llamativas. Son esas cartas de amor desesperadas sin devolución; mensajes encendidos y alterados que nunca debieron salir del teléfono o del correo; o esas repentinas e inoportunas dosis de orgullo delante del jefe. Pero las que más duelen dentro de esta categoría son esas escenas que uno nunca quiso protagonizar, como esas palabras metidas a cuchillo en enfados familiares o amorosos. Los miles de entrecejos fruncidos y los silencios más crueles. Sí, son esas vergüenzas que muerden en la conciencia como gusanos cada vez que uno las revive. Por eso conviene destapar el tarro con los amigos y la gente de confianza.
Las torpezas cotidianas anónimas son múltiples y, en ocasiones, de consumo propio. No saltan la frontera de la conciencia personal y apenas son perceptibles por los demás. Sin embargo, el pensamiento de que alguien pueda observar produce un profundo desasosiego. Pienso, por ejemplo, en la devolución de saludos que no van para uno; en la cremallera abierta; en los dos minutos que se emplean en arrancar el coche después de calarlo en plena calle; en las zancadillas que nos pone la estructura de la ciudad. Les solemos dar más énfasis del que en realidad tienen.
Las macabras son aquellas pifias personales que involucran a otras personas. Lo de macabras es porque apuntan al pecho con mirilla telescópica: amor, trabajo, familia. Conversaciones con viejos amigos, antiguos colegas de trabajo o simples conocidos. Los simples conocidos son caldo de cultivo para deslucimientos y múltiples quebraderos de cabeza. ¿Cómo actuar con esas personas que te presentaron una vez y apenas conoces? Hay temporadas en que uno resbala a cada paso por la calle: “¿Qué tal tu novia?”; “¿Cómo le fue a tu padre en la operación?”; “¿Va bien el trabajo en el despacho?”; “¡Recuerdos a Cristina!” El error suele venir en forma de interrogante y trae una condena en la respuesta: “No sé, hace tiempo que no la veo”; “Le enterramos el año pasado”; “Estoy buscando algo ahora, vamos, que me han despedido”; “No se llamaba Cristina, era Marta”. Lo peor es cuando uno llama a la novia del amigo con el nombre de la ex.
Las que estremecen tienen que ver con uno mismo y no son llamativas. Son esas cartas de amor desesperadas sin devolución; mensajes encendidos y alterados que nunca debieron salir del teléfono o del correo; o esas repentinas e inoportunas dosis de orgullo delante del jefe. Pero las que más duelen dentro de esta categoría son esas escenas que uno nunca quiso protagonizar, como esas palabras metidas a cuchillo en enfados familiares o amorosos. Los miles de entrecejos fruncidos y los silencios más crueles. Sí, son esas vergüenzas que muerden en la conciencia como gusanos cada vez que uno las revive. Por eso conviene destapar el tarro con los amigos y la gente de confianza.
Foto de Anita.
20 comentarios:
Jajajaja...¡Me ha encantado! jaaja.
Yo soy todo un antihéroe: patoso, bocazas, siempre meto la gamba, hablo más de la cuenta... Pero, lo peor es que no me avergüenzo. Ya se sabe, como me dijo una vez una profesora (que a su vez lo leyó en no sé dónde) los éxitos se viven en privado y los fracasos en público.
Pues, para romper con el tópico, y como esta entrada es un exitazo, ¡FELICIDADES PÚBLICAS!
jejej, la verdad es que me he visto en todas y cada una de las categorías, y eso que no soy especialmente torpe, pero supongo que nadie escapa de las garras de la metedura de pata. La vergüenza la he sabido perder, no toda, con el paso de los años a base de esfuerzo. A mi también me ha gustado mucho el post, me ha recordado muchas situaciones pasadas, incluso alguna que todavía estremece pero que vista ya desde la lejanía también se ve con media sonrisa. Saludos.
Venga, venga, salgamos del armario. Mi mayor vergüenza confesable (entre amiguetes) se debe a una pifia clasificable en la categoría Macabras: hice burlas y luego insulté a gritos... a un grupo de autistas.
Ander, se me acaba de caer un mito...jo..jeje
Qué bueno, Sintomático!!
Ánimo ánderizaguirre, no hagas caso al á.matía que hoy está de un rompepiernas...
Qué bueno, Sintomático!!
Ánimo ánderizaguirre, no hagas caso al á.matía que hoy está de un rompepiernas...
Madre mía, verguënzas del tipo de las de Ander he tenido a cientos. Siempre recuerdo una de crío, cuando veía al vecino de arriba bajar todos los días por el pan: le imitaba y me reía de sus andares rollo Sambódromo, hasta que me enteré de que tenía toda una pierna metálica.
Pero bueno, no te dejes con los gusanos.
¿Rompepiernas? Jo...
A mi, lo que me fastidia es que nadie vea mis pifias. Como estoy constantemente tropezando, resbalando, chocando y, en fin, descalabrándome de mil maneras (de palabra, de obra y de omisión, física y espiritualmente) he hecho de esos incidentes la esencia de mi carisma, la sustancia misma de mi personalidad. Por eso, si alguna vez suelto un comentario inoportuno sin que nadie lo escuche o caigo de bruces sobre las baldosas de una calle vacía, siento como si hubiera perdido una oportunidad de reafirmarme, de ser yo mismo.
Aparte de lo brillante del texto, de lo real de las situaciones y de lo bien consensaditas que las has puesto, me quedo con la última frase: "Por eso conviene destapar el tarro con los amigos y la gente de confianza". Conviene. Sí.
Esó hago yo. De hecho, no hago otra cosa. Sólo destapar y destapar.
En este junio loco no tengo tiempo para más (como, por ejemplo, para contar algún antiheroísmo conjunto, jeje). Solo puedo decir:
¡Claps, claps, claps!
Techamos de menos, Nahúm. Techamos de menos porque se nos acabaron las tejas.
Oye, Andrés, ¿por qué te empeñas en ponerme tilde? ¡Que ya sabes que en los nombres propios las reglas de ortografía quedan abolidas!
¿A que a LetiZia le respetas la "zeta"?
Es que, ya sabes, junio es la época de exámenes, amigo.
Por eso no respeto la ortografía, querido hiato Nahúm, porque está abolida.
(Vaaale: hago propósito de enmienda, Nahum).
(¿Sabes que no trastocas nada con ese Andrés? El funcionario de turno no permitió que me inscribieran como Ander -y por ejemplo hay harkaitzes mayores que yo-. En mi hoja del libro de familia aparezco como Andrés y luego viene un sello de tinta azul, datado un año más tarde, y esta nota manuscrita: "Sustituido por Ander". Ya que esto iba de confesiones...).
Venga, me atrevo:
Cuando iba a tercero de la E.S.O (educación sin objetivos), el padre de un compañero mío estaba muy enfermo. Durante el verano, me acordé y lo llamé a ver qué tal se encontraba. La conversación fue algo así:
-Hola, ¿qué tal está tu padre?
-Se fue
-¿A dónde? ¿De vacaciones?
-No, se fue. Se murió.
-Ah. Estoooo.. Lo siento.
Entendedlo: yo era joven e inexperto...
Un saludo
Álvaro Matía
Gracias a todos por los comentarios y por mostrar esas pequeñas vergüenzas. Desde Ander con sus amigos autistas hasta A.Matía y sus vacaciones fúnebres.
Estos últimos días los estoy pasando en la biblioteca, donde las cagadas se celebran especialmente. Cuando uno lleva horas sentado delante de un libro, cualquier estupidez, por simple que sea, merece que la registremos y la disfrutemos con regodeo. Lo curioso del asunto es que el efecto también se produce en los que meten la pata, que viven su drama como si fuesen actores en un teatro. Hoy, por ejemplo, a una chica se le han caído todas las hojas de un libro que estaba consultando junto a la estantería. Y cuando digo las hojas, me refiero a las hojas, no al libro: la chica se ha quedado con las tapas en la mano. No sé cómo lo ha hecho, la verdad, pero el caso es que en el silencio sepulcral se ha escuchado cómo se rasgaba un papel y, a continuación, el golpe de las hojas contra el suelo. Todo el mundo la ha mirado y ella, lo juro, se ha puesto a escenificar su estupor con aspavientos de película muda. Para que quedase claro que no había sido culpa suya. O sea, que no era tan idiota como para arrancar las hojas de un libro y distraer con el ruido a 200 personas. Pobre, ¿eh?
Pues yo también soy Nahum (sin tilde) en mi registro. Y no por mi padre, sino por el funcionario de allá. Es más, durante años fui "Mahun", pero eso es historia de otro post.
P.D. Andrés, eso te pasó por ser "preconstitucional", jeje.
Actualice ya, ¡por caridad!
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