Se supone que he cumplido un sueño. Son las 17:40, escribo desde la habitación 45 de la decimoquinta planta del Hotel Doubletree en la avenida Lexington. Y aquí empieza una aventura que durará ocho meses: invierno, primavera y verano en Nueva York. Y así salda uno la
cuenta del gran
Alberto Nahum, con su ópera prima en la red, antes del
bombazo que ahora celebra su primer aniversario. Esta historia arranca en el aeropuerto JFK y continúa en un taxi conducido por un chino. Me cobró 51 dólares, tarifa plana para todos los taxistas desde el aeropuerto. Le pagué 60.
Carmen, una madrileña que me encontré en el vuelo desde Dublin, me recomendó calcular el 20% del total para las propinas. Aunque me quedé corto con el chino, me dijo algo común por aquí:
Take care, man. Dentro del hotel me duché, dejé las maletas y miré ilusionado por la ventana de la planta quince, pero nada, las tripas grises del edificio. Me tumbé y procuré dormir: no había pillado una cama en 36 horas. Pero el ruido de la policía de Manhattan me levantó a los cinco minutos.
Por aquí, sobre todo, uno se cruza con latinos, negros y asiáticos. Quiero decir, apenas hay blancos, salvo en la zona centro de la isla de Manhattan, desde Lexington Avenue [pronúnciese
abenú que da gustirrinín] en la 51 hasta la plaza Columbus al suroeste de Central Park. Mucha gente con dinero y buena ropa, en contraste con mis pantalones de Zara y mi abrigo Quechua del Decathlon. Bah, ahí mi pequeña huelga ante el consumismo poco navideño. Ya tendré ofertas y rebajas para ponerme pronto al
New York Style. Después de asomarme a Times Square, comí una sabrosa hamburguesa y paseé Broadway arriba, hasta la 66, junto a Columbus Square. Después recorrí el sur de Central Park hasta el edificio Plaza, ese típico lugar con porteros muy elegantes y entrada señorial. Luego me paseé por la tienda de Apple para contestar un par de correos electrónicos. Después, casi a las ocho, volví al hotel. Fue divertido cuando un tipo se me acercó y me dijo:
Excuse me, are you from New York!? Y era el primer día.
El domingo, legendario. Me levanté a las nueve, desayuné en un Starbucks y me fui directo en metro, línea 6, al
Greenwich Village, barrio clásico, sesentero total. Me bajé en Bleecker Street, calle cantanda por
Bob Dylan y
Simon and Garfunkel. Este barrio, junto al Soho, Little Italy y China Town, es lo más recomendable para saborear el ambiente universitario, para comprar prendas baratas y probar comida variada. He visto ropa y precios que harían desmayarse a una cabra.
Luego me fui a Washington Square y bajé al sur por Sullivan Street. Y de golpe (eso pasa mucho por aquí: toparse con esquinas o rincones especiales) me encontré frente al mítico local de jazz
The Blue Note. Como tenía hambre, lo ignoré y fui directo a
Trattoria Spaguetto. Allí degusté un plato de pasta (penne alla rabiatta), una coca cola y un espresso. Pagué 20 dólares (14,5 + propina). Luego volví al Blue Note. En la puerta, me fumé un cigarro que había comprado en una tienducha del Soho (tabaco caro, 10$). Agarrar el cigarro es una tortura. ¡Hace un frío espantoso! Dios mío, qué puñetero frío. Alfileres clavados en la cara, martillos aplastando los dedos, Myke Tyson golpeándome la nariz... Nada comparable con el frío de Manhattan. Cuando uno se abre a una gran avenida las ráfagas le golpean: como si el final de la calle terminara junto a un iglú y un esquimal pescando en el hielo. ¡Menos 6 grados!
En la puerta del Blue Note, después de mirar por la ventana y en los carteles, una fumadora me preguntó si podía ayudarme. Le dije que cuánto costaba la entrada, y me contestó que mesa pagando y barra sin tarifa extra. "Es decir, ¿una cerveza en la barra puedo tomar mientras escucho a la que toca el saxo?". "Sí", dijo. "Gracias". "You're welcome", contestó.
Y allí que me metí para hacer tiempo antes de la ir a la catedral de St. Patricks. El rector de la Iglesia celebraba Misa en español (el cartel anunciaba tres todos los domingos). Mucho hispanohablante. La iglesia de estilo gótico se encuentra alzada entre mastodontes de hierro y grandes alturas en la Quinta Avenida. De hecho, justo enfrente, se levanta el Rockefeller Center, el mítico edificio de los treinta donde está la pista de patinaje sobre hielo y se rueda la serie
30 Rock, con
Tina Fey y
Alec Baldwin. Hoy he subido a lo mas alto de la torre, y desde allí he visto la isla. Pero no a King Kong.
Pie de foto: Aquí la gente necesita mucho consejo de psicólogo. Espero hacer amigos pronto. Más
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