

Esta vista de la entrada occidental al parque de
Schönbrunn (Viena) me recordó a la última escena de
El tercer hombre. Me decepciona
leer que ese plano de dos minutos se rodó en la carretera del cementerio. Con lo dulce que es la ignorancia. A mí me sigue pareciendo igual, como se ve en el fotograma.
Imagino que visitar Viena y pensar en
El tercer hombre debe de ser un tanto superficial. Como si un tipo de Leeds pide una paella en Alicante donde un alicantino no entraría en toda su vida. Pero fue
Andy, un austríaco, quien decidió salir del torrente turístico.
El parque, al
suroeste del centro de Viena, luce jardines laberínticos e imperiales (tiene un zoo). Los Saboya erigieron el
Palacio de Belvedere a principios del siglo XVIII para gozo de su dinastía. Sólo hasta el primer cuarto del siglo XX las familias burguesas han podido pasear por allí. Andy dice que casi todos los días, al salir del colegio, quedaba con sus amigos en el parque.
En lo alto, desde el palacete del Belvedere, se divisa la ciudad, más allá del canal del Danubio. Allí comí el típico
frankfurter vienés con mostaza y confundí el
horseradish con queso rallado.
Arg. Ardía. Apuré la cerveza kaiser, pero hubo lágrimas como puños. Después pedí el tradicional café vienés, con su bola de nata bañada.
De regreso al centro de la ciudad, antes de pasar por la casa tirolesa,
José Alberto dijo:
-¡Anda, un faisán!

Y no pude evitar fotografiarlo. Yo dije que era un avestruz, pero también se rieron de mí.
¿Alguien sabe quién es el tercer pajarraco?